Somos seres de hábitos. Hay una buena parte de nosotros que busca lo conocido, lo fácil, lo cómodo, lo seguro, lo familiar. Y tiene sentido, ¿Para que gastar energía en explorar y/o generar nuevos hábitos si los que vivimos nos resultan suficientes?
Quizás ahí está la clave. ¿Vivo o sobrevivo? ¿Me siento plena o vivo con esa eterna sensación de que algo me falta?
Existen dos mundos. El mundo de lo conocido y el de lo desconocido.
Las rutinas se encuentran en el mundo de lo conocido, nos facilitan la vida. Pero si vivimos solamente desde ahí también pueden constreñirnos. Lo conocido es así. Es la zona de confort, la zona donde se que me muevo bien, donde controlo.
El mundo de lo desconocido es diferente. En ese mundo todo es posible, todo está por explorar, no hay límites.
Es otro mundo, no tan tangible, no tan verificable, no tan confortable, no tan seguro, no tan controlable. El mundo de lo que aún no he vivido, visto o experimentado. Un mundo que atrae pero también asusta…, precisamente por desconocido. Nos atrae, pero el propio hecho de desconocer sus limites nos aterroriza.
Es lugar por conquistar, campo abierto, terreno por descubrir. Es donde todo puede crecer abierto, pleno, grande. Donde nuestro corazón y alma pueden hacerse los dueños y señores. Donde rige el amor. Donde los límites los pongo yo.
¿Y cómo llegar ahí?
Existen momentos y ocasiones que nos abren la puerta a lo desconocido. Si ventilamos nuestros miedos y nos apoyamos en nuestra confianza, podemos experimentar la atracción, la curiosidad, la inquietud por lo desconocido.
Ocasiones, sucesos que llegan en la vida, unas veces de manera abrupta y otras no. Una búsqueda, una inquietud, una pérdida, un darse cuenta de algo, una vivencia diferente, un conocer a alguien, la pura sensación del día de la marmota…
Ocasiones que, regidas por otro paradigma, apreciadas, bien miradas, pueden ser puertas y ventanas a lo desconocido.
Dependiendo de lo que hagamos con esas ocasiones podremos encontrarnos con oportunidades. Cualquier momento en el que me encuentre con el vacío lo puedo convertir en lo que algunas corrientes llaman «el vacío fértil«.
El vacío es una puerta a lo desconocido porque de él todo puede surgir. En ese lugar podemos dejarnos llevar por el miedo y aferrarnos a antiguas seguridades o podemos atravesar la puerta, confiar y alejarnos de los límites conocidos y de lo ya experimentado, abriéndonos a posibilidades no experimentadas.
Si nos paramos a pensar…, ¿no son muchísimas más las posibilidades de ganar si nos abrimos a lo desconocido?
Si en el mundo de lo conocido te falta algo, lánzate al de lo desconocido.