Los sentimientos a los que nos hemos resistido, rechazado o desterrado no desaparecen, sino que viven en la oscuridad del Inconsciente, desamparados y hambrientos de amor, tirando de los hilos de nuestra relación, de nuestro cuerpo, de nuestro trabajo en el mundo, obstaculizando nuestra alegría. Gritando para que les prestemos atención, en lo más profundo del inframundo. Minan y drenan nuestra vitalidad y autoexpresión, nos vuelven reactivos, compulsivos y obsesivos, depresivos y ansiosos, y acaban afectando a nuestra salud física… todo ello en su intento de que les escuchemos.
Hasta que un día recordamos que todos los sentimientos son sagrados y tienen derecho a existir en nosotros, incluso los más desagradables, incómodos y dolorosos.
Y nos acordemos de dirigirnos a nuestros sentimientos en lugar de huir de ellos. Suavizarnos con ellos. Hacerles sitio, en lugar de anestesiarlos o ignorarlos.
Estos fantasmas hambrientos, ahora alimentados con nuestro amor, nuestra cálida atención, nuestra curiosidad y Presencia, ahora con un hogar en nosotros, pueden finalmente descansar.
Ya no necesitan mover los hilos de nuestras vidas. Ahora tienen la empatía que siempre anhelaron.
Gran parte de nuestra preciosa fuerza vital, nuestro prana, nuestro chi, nuestra energía sagrada, se gasta en esta tarea sisifiana de alejar los sentimientos, intentando que se vayan «a otra parte», pero ¿adónde irían? Porque incluso el inframundo está dentro de nosotros. Se libera tanta creatividad, se siente tanta liberación, cuando finalmente podemos romper este viejo patrón de auto-abandono, ir más allá de nuestro temeroso condicionamiento y probar algo totalmente nuevo: PERMANECER CERCA DE LOS SENTIMIENTOS, no apartarlos, mientras emergen en la frescura del momento, buscando su verdadero hogar – que es nuestro propio corazón.
Estoy internamente agradecida por la inteligencia de la vida dentro y fuera de mí, la manera inteligente de la psique, por mantener mis sentimientos a salvo (inconscientes), hasta que estuve lista para sentirlos. Por protegerme de lo que todavía no estaba preparada para sentir, permitir y proteger.